La herida del alma

Desde mi práctica como coach he confirmado que la racionalización de las creencias limitantes es muy útil para modificar el orden de pensamientos que influyen directamente en el comportamiento de las personas. No obstante, el cambio de hábitos negativos que provienen de una creencia limitante no implica necesariamente que una persona consiga salir del dolor que causa esa creencia.

Aunque a través de ejercicios racionales la persona logre ciertamente mejorar su calidad de vida, para conseguir un verdadero cambio de paradigma, se necesita integrar el dolor de las heridas de la vida a la reconstrucción de nuestra propia identidad.

Si hay algo que es cierto, es que nunca seriamos lo que somos si no fuera por lo que hemos vivido, y por el dolor que hemos sentido.

Una persona que funciona bajo el mandato de creer que nadie la puede ayudar a salir de una situación difícil, o que no vale nada o que nadie la puede amar, probablemente logre a través de ciertas técnicas, racionalizar la información, ordenarla y saber que tales afirmaciones no corresponden a la verdad. Puede también identificar la fuente de dichas creencias y aprender a desaprender sus propios mecanismos cognitivos. Pero eso no significa que desde el nuevo nivel de conciencia el sufrimiento que la persona siente desaparezca.

Lo cierto es que cada persona tiene una historia que deja marcas.

Hay ciertas heridas que, aunque curadas, dejan cicatrices. Si bien es posible deconstruir las creencias que sustentan esas heridas y esa historia, a través de la lógica del pensamiento, lo cierto es que dada nuestra naturaleza humana, queda en el cuerpo una energía que produce sufrimiento.

A esa herida yo le llamo la herida del alma. Por esa razón considero que entre la creencia limitante y la lógica de la realidad que modifica la creencia, se ubica el dolor.

¿Quién se hace cargo del dolor en esta ecuación? El dolor necesita un lugar para ser canalizado.

Lo primero que tenemos que hacer sin duda es ordenar la información y racionalizarla.

Tratar de entender qué parte de nuestra creencia limitante corresponde a la realidad, y cuál parte no. Intentar descubrir de dónde viene la creencia y reconstruirla basándonos en la realidad objetiva con ayuda de un profesional. En la mayoría de los casos la creencia limitante proviene de narrativas familiares repetidas por varias generaciones o de situaciones externas durante la infancia que impactaron el juicio de valor sobre nosotros mismos.

Lo segundo sería lo que yo llamo, el lado espiritual de la terapia.

Esto es la aceptación. Trabajar en la aceptación de nuestra identidad desde la propia herida y el dolor. Esto implica explorar nuestra conexión con el Creador del Universo que nos dio un plan de vida específico a cada uno y tenemos como misión no solo desarrollar ese plan de vida con características únicas sino también luchar por conectar esas situaciones desafiantes con un propósito mayor. En otras palabras, encontrarle sentido al dolor. 

Lo tercero y último sería reinventarnos a partir de las cicatrices y/o heridas.

Aprender a ser nosotros mismos o la versión más auténtica de lo que realmente somos desde los cambios que esas experiencias difíciles generaron en nosotros. Integrar el dolor no como un compañero que está presente todo el tiempo, sino como un maestro que nos hizo llegar a ser lo que somos, que nos hizo ser auténticamente nosotros mismos.

 


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